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Las crisis económicas a lo largo de la Historia

Francisco Javier IZA-GOÑOLA DE MIGUEL

Conferencia celebrada el 12 de abril dentro del ciclo de conferencias de Eusko Ikaskuntza.

Voy a empezar diciendo lo que no va a ser esta conferencia. Esta conferencia no va a ser una conferencia de economía, porque mi formación no es de economista. Tampoco va a ser una conferencia sobre la crisis actual, aunque ello no sea óbice para que, si ustedes preguntan, se hable de la crisis actual, pero no voy a hablar de cómo va a ir o hacia qué rumbo vamos, y ello porque soy historiador y los historiadores, como tales, no podemos analizar el presente y mucho menos predecir el futuro. Algunos lo hacen e incluso hasta con buen tino; pero no es mi caso.

Lo que SÍ va a ser esta conferencia es una visión panorámica de las crisis a lo largo de la Historia. Así hablaré de qué tipo de crisis ha habido, cómo se han gestado, qué consecuencias han traído, porque sí creo que “Historia magistra vitae”, la Historia es maestra de la vida. Y, quizás, sí podamos entender el presente a partir del conocimiento del pasado.

Vamos a emplear la palabra “crisis”, que es el término que entendemos todos. En un momento dado, a comienzos del siglo XX, el lenguaje se pone al servicio de la economía. A partir del siglo XX, más particularmente a raíz de una crisis en 1907, se va a cambiar la denominación de este fenómeno que hoy en día conocemos comúnmente por crisis. Antes se les denominaban “pánicos”. ¿Por qué el cambio? Parece que a esas alturas la palabra pánico suscitaba más miedo, miedo a la inversión, a mover el dinero, y no es pequeño el componente sicológico que acompaña a dicho fenómeno. Fue por ello que en lugar de pánico se habló de crisis, tratando de suavizar la situación. Después, con la crisis del 29, se repite la situación y en un intento de ahuyentar el fantasma de la crisis se habló de “depresión”, al parecer más suave. Más tarde se han empleado otros términos como recesiones y más recientemente reajustes y otros términos de parecido tenor. Pero vamos a hablar de “crisis”, porque así nos entendemos todos.

Hay que decir que una crisis, en lo fundamental, es una ruptura del equilibrio entre producción y consumo, que viene caracterizada por un hundimiento de la demanda, por quiebras y por desempleo.

¿Desde cuándo tenemos noticias de crisis? Yo suelo poner como ejemplo lo que es casi una anécdota. Creo que las primeras noticias escritas sobre crisis aparecen en la Biblia, en el Antiguo Testamento, en el que se habla de siete años de vacas gordas y siete años de vacas flacas; clara mención a un ciclo de crisis. Es ahí hasta donde nos remontamos.

De cualquier manera, las crisis son de tipos diferentes y corresponden a dos grandes sistemas productivos. El primero, el de Antiguo Régimen, caracterizado en lo político por diversas formas de monarquía, desde la autoritaria hasta la absoluta, en lo social por una sociedad estamental, y en lo económico por un modo de producción específico en que el principal factor de producción de riqueza era la tierra, o lo que hoy llamamos el sector primario. Los otros dos sectores productivos, el comercio y la industria, esta última por entonces de carácter artesanal, no tenían la entidad que tenía la tierra.

Las crisis de subsistencias

Foto: CC BY - ferminet

Las llamadas crisis de subsistencias provenían de malas cosechas, en general por una climatología adversa.
Fotografía: CC BY - ferminet

El Antiguo Régimen, que se va a prolongar más o menos hasta el siglo XIX dependiendo de las zonas, generaba un determinado tipo de crisis: las llamadas crisis de subsistencias, unas crisis que, en lo fundamental, provenían de malas cosechas, en general por una climatología adversa. Un encadenamiento de varias malas cosechas desembocaba en hambrunas, y éstas a su vez en el debilitamiento de una población, sobre la que podían cebarse las pestes o enfermedades, mermando significativamente la población.

En este contexto, los otros dos sectores económicos declinaban, debido a que lo poco que se tenía debía invertirse en la supervivencia. En definitiva, también el comercio y el sector artesanal se contraían.

A grandes rasgos así eran las crisis de subsistencias. Por ejemplo, en la famosa crisis de 1348, con la gran peste negra, muere aproximadamente un tercio de la población europea. Cierto es que la causa directa de la gran mortandad fue la peste negra y las ratas su agente transmisor, pero no menos lo es que la enfermedad se ensañó sobre unos cuerpos debilitados por varios años de hambre, tras los cuales encontramos las crisis de subsistencias.

Es en el siglo XIX cuando esto comienza a cambiar, con la industrialización o Revolución industrial que da comienzo en Gran Bretaña y se va expandiendo por los Países Bajos, primero, y más tarde por áreas de Alemania, el norte de Francia, para saltar también a Estados Unidos, dando lugar al sistema industrial capitalista. Este sistema fue de la mano del liberalismo económico (teóricamente armado por Adam Smith) y político, cuestión no casual: se monta un sistema político al servicio de este nuevo sistema económico y productivo.

En este sistema la tierra deja de ser el mayor factor de riqueza, que es desbancada por la industria y los servicios. Este sistema va a dar lugar a otro tipo de crisis: las llamadas crisis de superproducción o de saturación de los mercados, y que van también de la mano de las crisis financieras. Hay que decir que durante el siglo XIX, muchas veces coexisten, superponiéndose las crisis de subsistencias, características del Antiguo Régimen, y las crisis industriales. Tal era todavía el peso de la agricultura en muchas áreas.

Las crisis de superproducción

Los efectos de la conjunción de ambas crisis (crisis de subsistencias y crisis industriales) eran demoledores para buena parte de la población y en aquellos momentos el Estado no intervenía para paliar las peores consecuencias. Este nuevo sistema está organizado intelectual y políticamente por el pensamiento económico y político liberal, que propugna la libertad del individuo en todos los órdenes. Así bajo el lema “laissez faire, laissez passer”, esto es, dejad hacer, dejad pasar, se demoniza la intervención del Estado salvo para garantizar la libertad de actuación en la economía. Se dice un no a la legislación del Estado que controle la economía, se dice un no a la legislación que pueda proteger los derechos sociales. Todo ello con el pretexto de no coartar la libertad de los individuos. Lo único que vale es la gran ley del mercado: la ley de la oferta y la demanda, incluso en el mercado de trabajo. El salario, las prestaciones sociales, etc. también van a venir fijados por esa ley de oferta y demanda, aunque serán posteriores: fruto de los movimientos sociales.

Foto: CC BY - eutrophication&hypoxia

Con el sistema industrial capitalista la tierra deja de ser el mayor factor de riqueza, que es desbancada por la industria y los servicios.
Fotografía: CC BY - eutrophication&hypoxia

Este imperio del mercado no va a cambiar en algunos aspectos hasta que se produzca la crisis del 29, crisis que se corresponde en lo fundamental con las mal y aunque parezca contradictorio correctamente llamadas “crisis de superproducción o de saturación de mercados”. Pero, ¿de qué mercados se habla? ¿De los de África? ¿De los de Asia? No lo parece. En realidad, esa saturación se produce en unas áreas muy concretas: buena parte de Europa y de lo que conocemos como mundo occidental, cuando la producción supera a la demanda. Por ese motivo, y también porque estas prácticas siempre vienen acompañas de crisis financieras estrechamente vinculadas a fenómenos especulativos. Fenómeno éste último que no es nuevo, siempre ha habido especulación. En el Antiguo Régimen se especulaba con el grano. Los que podían, la nobleza, los que detentaban la propiedad de la tierra, guardaban grano en las épocas de buenas cosechas aguardando épocas de carestía para sacarlo al mercado a mejor precio. La diferencia es que en el sistema de producción capitalista ese fenómeno se dispara y deviene consustancial al sistema.

Por ejemplo, en el primer tercio del siglo XIX se va a especular con tierras. En España, sobre todo a raíz de la desamortización. Mediado el siglo XIX y hasta su último tercio se especula con el ferrocarril, así como con el oro de California y Alaska, para volver a especularse mucho a finales del siglo XIX de nuevo con el ferrocarril. El arranque del siglo XX marca el inicio de la especulación con acciones, no tanto por los dividendos de los beneficios de las empresas como por el que se podía obtener de las sucesivas compras y ventas en las Bolsas. Estos movimientos cobran gran importancia al finalizar la Primera Guerra Mundial, siendo, en parte, responsables de la crisis del 29, que se manifiesta y recuerda sobre todo por el “crack” de Wall Street.

La crisis de 1929

En mi opinión, esta crisis es el paradigma de todas las crisis industriales del XX y es por ello, y por la importancia que tuvo para toda la humanidad, que me voy a detener sobre ella.

Después de la Primera Guerra Mundial en Europa hay una situación muy conflictiva. En parte por las destrucciones de guerra, en parte por unas economías muy endeudadas a causa de la guerra, especialmente la de Alemania sobre la que los vencedores imponen unas penas económicas muy duras, que llega incluso al impago. Asimismo Gran Bretaña y Francia también son deudoras de Estados Unidos. Esta situación produce grandes tensiones en Europa que tratarán de solventarse en 1925, en Locarno, donde se acuerda equilibrar la deuda alemana, que de este modo puede empezar a cumplir con sus compromisos.

Tras estos acuerdos la economía europea mejora sustancialmente, iniciándose la senda de la verdadera recuperación y crecimiento, y que favoreció un ambiente de optimismo que ha dado lugar a que se hable de los “felices años veinte”.

Foto: CC BY - eutrophication&hyp

La demanda de acciones sigue pujante, generando grandes movimientos bursátiles merced a que el dinero es barato.
Fotografía: CC BY - eutrophication&hypoxia

Si en Europa la maquinaria del sistema empieza a funcionar a buen ritmo, este se acelera en Estados Unidos. Al mismo tiempo, fueron años de muy buenas cosechas, generándose grandes excedentes agrarios que lejos de ser un factor positivo se erigieron en causa de crisis, dado que provocaron una bajada de los precios agrícolas de tal entidad que los beneficios agrarios se desplomaron, empobreciendo a buena parte de los hacendados americanos. Aunque hubo pactos internacionales para mantener artificialmente los precios, éstos no fueron cumplidos.

Por otro lado, la demanda de acciones sigue pujante, generando grandes movimientos bursátiles merced a que el dinero es barato. Con lo cual, mucha gente buscando mayores rentabilidades se lanza a pedir créditos para la compra de acciones y especular en Bolsa. De este modo sucede que el mundo económico se estaba moviendo más por inyecciones de dinero que por ventas de productos o beneficios industriales. Se inyecta dinero a través de la Bolsa en las empresas, este dinero se invierte en producir más, llegándose a saturar el mercado. Sin embargo, la demanda de acciones continúa, lo cual produce nuevas inyecciones en empresas y aumento de la producción, que deja de tener salida al mercado y engrosa el “stock” de las empresas.

Además, desde un par de años antes (1927 y 1928) se venía gestando una crisis en el sector de la construcción, sobre todo en el Estado de Florida. Muchos fueron los que comenzaron a dirigir sus inversiones hacia la compra de viviendas y viéndose las posibilidades que ofrecía dicho mercado se empieza incluso a especular con opciones de compra, es decir sobre una ficción de terrenos e inmuebles. Movimiento especulativo fuerte; ya en 1928 esté sector queda saturado, dando pie a que esa demanda de acciones en inmobiliarias se desplome.

No sucede lo mismo con el sector industrial, donde sigue pujante la demanda de acciones merced a los créditos baratos y unos rendimientos altos en Bolsa. Sin embargo, lo cierto es que éstos no se correspondían con los verdaderos beneficios industriales, sino al juego especulativo de la compra y venta de dichas acciones. No obstante, era evidente que ese ritmo tenía los días contados, puesto que estaba totalmente alejado de la economía real, esto es, de los beneficios empresariales.

En un momento dado muchos dejan de comprar y empiezan tan sólo a vender acciones. Este movimiento genera un pánico entre buena parte de los tenedores de títulos, que quieren vender también. Ello produce que se desplome el precio las acciones. Aun así, el Gobierno americano aconseja comprar, aduciendo que era buen momento para hacerse con acciones a muy buen precio y argumentando que el valor de las acciones subiría posteriormente. De hecho, la banca Morgan compra paquetes de acciones. En octubre del 29 salen al mercado otros trece millones de acciones, que contribuyen a un nuevo desplome del precio. El día 21 la banca Morgan vuelve a comprar acciones, pero pocos días después se vuelven a poner a la venta 16 millones de acciones, y la banca Morgan y otros bancos lejos de comprar hacen otro tanto: venden. Es cuando ya las acciones apenas valen nada, porque todo el mundo vende, se ha paralizado el sistema, se ha hundido.

La crisis del 29 casi liquida al sistema industrial. Las acciones no valen nada y las empresas cierran. La banca, que había dado créditos a bajo interés para la compra de acciones a personas que no ofrecían grandes garantías, se encuentra con que no puede cobrar. La banca, que también ha invertido en la compra de acciones, las tiene que vender, porque los ahorradores quieren retirar sus fondos. Sin embargo, el valor de las acciones no alcanza para cubrir el valor de los fondos que se quieren retirar y son miles los bancos que quiebran en Estados Unidos. En suma, esto es el “crack” del 29.

En este contexto se produce un cambio presidencial y es Roosevelt el que toma las riendas y pone en marcha el New Deal, es decir, la intervención del Gobierno en la economía, y ello en Estados Unidos, el país por excelencia del liberalismo. Intervención que en muchas ocasiones chocó con los Tribunales Federales, pero que aun así supuso un auténtico hito en Estados Unidos y un punto de inflexión también en las economías capitalistas. Desde entonces comienza a haber un intervencionismo en las economías. Pero siempre en auxilio el mundo empresarial y financiero.

Se interviene mediante la política monetaria, devaluando el dólar y fomentando la inflación con el fin de que se recuperasen los beneficios y generar empleo (J.M. Keynes). Se admite una inflación de en torno a un 6%, para impulsar la venta y que merezca la pena producir. Se acuñan dólares de plata, se aprueban subvenciones para no sembrar a fin de frenar la bajada de los precios agrarios y poder sostener un cierto nivel de rentas para los agricultores, de forma que éstos estuviesen en disposición de tirar de la demanda. Se imponen impuestos especiales sobre determinadas producciones, como las conserveras, para poder financiar dichas subvenciones agrarias a la no producción. También se aprobaron programas de obras públicas, tales como autopistas, a fin de reducir el paro.

Todo ello contribuyó a que la crisis tocase fondo y comenzase la recuperación en un país donde el desempleo había llegado hasta los seis millones de parados. En cualquier caso, lo que verdaderamente sacó al país de esa situación fue el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Hasta entonces no se van a recuperar los niveles de producción anteriores a la crisis.

Foto: CC BY - cod_gabriel

Los trabajadores se quedaron en paro o tuvieron que trabajar por más bajos salarios.
Fotografía: CC BY - cod_gabriel

Las consecuencias de la crisis fueron devastadoras. En lo económico, desaparecieron los beneficios; en lo social, los trabajadores se quedaron en paro o tuvieron que trabajar por más bajos salarios; la insolidaridad pone fin a los movimientos migratorios. Mucha gente, cuando el nazismo está triunfando, no puede ir a ninguna parte, no pudieron escapar de Alemania, donde iban a perecer.

Aparece una grave crisis del sistema democrático. Los países nazi-fascistas muy afectados por la crisis económica, entre otras cosas a causa de la repatriación de capitales americanos que habían sido invertidos en Europa, con sus programas de armamento y filigranas financieras salen de la crisis. Y la Unión Soviética, con un sistema diferente al industrial capitalista, se industrializa a marchas forzadas. Se cuestiona la democracia como sistema para producir el bienestar y cunde la idea de que los regímenes totalitarios pueden ofrecer soluciones reales. Este giro afecta a toda Europa, incluso a Inglaterra y Estados Unidos, donde hubo movimientos filofascistas muy fuertes. También en Francia y por supuesto en España donde la II República tuvo un trágico final. De hecho, la República española nació lastrada por esta crisis y este cuestionamiento de las democracias.

Se supera por la guerra, pero no se entiende el desarrollo económico de posguerra sin la influencia de Keynes y el desarrollo del Estado de Bienestar, para algunos un capitalismo de rostro más humano, para otros única manera de que sobreviviese un sistema a todas luces injusto, máxime cuando parecía que la Unión Soviética podía representar una alternativa real, la plasmación de ideas socialistas... (aunque el tiempo demostró otra cosa).

La crisis del petróleo

Otra crisis que ha sido muy importante, sobre todo para España, fue la crisis del 73, la llamada crisis del petróleo, la crisis de la guerra de Yom Kippur. Crisis que afectó también gravísimamente al sistema industrial capitalista. No tan grave como la del 29, pero también muy fuerte.

En España la afección fue muy fuerte. La “crisis del petróleo”, en realidad una crisis de superproducción después del crecimiento en espiral de la economía del mundo occidental tras la reconstrucción europea, a España le alcanzó en un momento sumamente delicado y complejo: al final del franquismo.

El franquismo no tenía ya capacidad política o no se sentía con fuerzas para poder tomar medidas de carácter impopular. Por ejemplo, si en otros países, como Gran Bretaña o Francia, se trata de reducir el consumo energético y se encarece esa factura, en España no se toman medidas del mismo tenor. El Estado optó por “absorber” el encarecimiento del crudo y no repercutirlo en los ciudadanos, mientras en países del entorno el coste de la energía se incrementaba en un 300% en poco tiempo. Poco después, muerto Franco, el momento político era de dificultad tal que tampoco hay mucho margen para dedicarse a una política intensa de reactivación económica a todas luces necesaria por varios factores, al menos hasta los Pactos de la Moncloa.

Foto: CC BY - mikebaird

La crisis del petróleo afectó gravísimamente al sistema industrial capitalista.
Fotografía: CC BY - mikebaird

En primer lugar, porque la herencia del llamado Desarrollismo o mal llamado “milagro económico” de los años sesenta español no estaba cargada de futuro. Es innegable que las tasas de crecimiento fueron muy fuertes durante años, más o menos desde 1960, unas tasas de en torno al 10% anual, superiores a las del entorno europeo, pero que habría que matizar.

Primero, porque el punto de partida era muy bajo y en segundo lugar, porque las rentas, aunque crecen siguen siendo bajas.

En tercero, porque, frente a lo que se ha venido aseverando en el sentido de que en España no había paro, no se tiene en cuenta que más de dos millones de españoles habían marchado a trabajar al extranjero. Es decir, el Desarrollismo no generó tanto empleo como para absorber el aumento del número de activos y la destrucción de empleos en el sector primario al hilo de la mecanización del campo. Lo que hubo es un trasvase de mano de obra de un sector a otros: seis millones de personas se desplazan del medio rural al medio urbano, pero dos salieron a Europa. Y de éstos, con la crisis del 73, muchos tuvieron que volver.

En cuarto, la industria se había montado, además, con actividades que empleaban tecnología baja o media, y que, además, costaba mucho dinero porque había que comprarla continuamente en el extranjero.

En quinto, porque el sector financiero era anticuado y nada competitivo porque pactaban entre ellos.

En sexto, porque el proteccionismo era feroz. Por ejemplo, las exigencias que se impusieron a la Volkswagen evidencian la protección que se dispensaba a las empresas estatales o ya instaladas. En Vitoria ya estaban instaladas MEVOSA e IMOSA que fabricaban las DKWs famosas. Volkswagen se mostró interesada por instalarse y fabricar en España. Sin embargo, se temió que hiciera competencia a las empresas ya afincadas en España, especialmente a SEAT del INI. Según datos tomados de revistas especializadas de la época, en 1965 se producían en España 148.522 coches/año. Pues bien, el Estado puso como condición la fabricación de 125.000 unidades. La empresa tomó en consideración la exigencia, pero finalmente se dobló la obligación hasta las 250.000 unidades. En esa situación, la empresa desistió de fabricar en España.

Otro tanto puede decirse de la fabricación de máquinas de coser. Alfa venía fabricando con éxito máquinas de coser para todo el Estado español, pese a que otra empresa como Sigma copió su modelo con éxito. Otra empresa tratará de hacer lo propio desde Vigo, pero tanto Alfa como Sigma hablan con el ministro para pedirle que impida esa instalación, aduciendo que dicha empresa no está declarando la verdad. Se venían a vender más de 100.000 máquinas de coser al año, y sin embargo piden que se le exija una producción de 250.000 máquinas, en dos turnos de producción, es decir, 500.000 máquinas; condiciones imposibles. Es una forma clara de proteccionismo, amén de los impuestos especiales.

Foto: CC BY - alvy

El modelo “Escarabajo” de Volkswagen le costaba a un español entre 250.000 y 300.000 pesetas.
Fotografía: CC BY - alvy

El modelo “Escarabajo” de Volkswagen le costaba a un español entre 250.000 y 300.000 pesetas (el doble que en Alemania), cuando un Seiscientos, modelo de peor calidad, costaba 67.000 pesetas. En horas de trabajo a un obrero alemán le costaba más barato dicho coche, bastante menos que a un español la adquisición de un Seiscientos. Son aranceles e impuestos indirectos, como el Impuesto sobre el Tráfico de Empresas (ITE), en cascada los que encarecen de tal modo esa producción extranjera que impide que pueda ser comprada por un español medio.

En suma, en una economía con esas características, en pleno retorno de españoles a causa de la crisis económica internacional, y en una transición tan delicada como afortunadamente bien resuelta, España debe enfrentarse a una crisis que resultó muy dolorosa, especialmente para el País Vasco dado el tipo de industria que le caracterizaba.

Crisis del siglo XXI

Desde entonces en España tenemos un paro estructural muy alto, bastante mayor que el de países del entorno y que ni siquiera desaparece en épocas de bonanza económica, como la vivida entre 2000 y 2008.

En 1992 hubo otra inflexión que ni siquiera las Olimpiadas y la Exposición Internacional de Sevilla pudieron evitar.

Desde el 2008 estamos inmersos en la crisis actual.

Confío en no haberles aburrido, mi intención ha sido ofrecer una visión panorámica de las crisis en la Historia, con especial mención a dos crisis que han sido fundamentales en la historia del capitalismo y que pueden servir para entender un poco más el presente.

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